domingo, 21 de mayo de 2017

Sora III: recintos fortificados.

Tercera y última entrada sobre el castillo de Sora. En diciembre y enero hablamos de algunas de las partes más espectaculares y llamativas del castillo de Sora, en primer lugar sus dos torres defensivas de época islámica y la torre del homenaje, datable en época medieval cristiana en gran parte, aunque con modificaciones renacentistas en el siglo XVI. 

Pero ésta impresionante fortaleza también guarda otros interesantes vestigios dignos de una tercera actualización. El conjunto estaba formado por tres recintos: el recinto superior, del que ya hemos hablado, se encuentra sobre un escarpado montículo formado por paredes verticales fruto de la erosión. Es el punto más elevado del terreno, por lo que sus dimensiones son bastante reducidas, y en él, como es lógico, se edificó la torre del homenaje, además de un edificio anejo, seguramente la iglesia del castillo. Se encuentra a su vez dentro de otro recinto más extenso. 

Vista de la fortaleza desde el camino de acceso (cara norte)


El recinto inferior está compuesto simplemente por una pequeña muralla que tendría una forma de “L” puesta boca abajo, con el tramo corto mirando hacia el este y el tramo largo hacia el norte. Domina el camino de acceso que serpentea por la ladera norte hasta la entrada del dispositivo. Es una muralla de escasa altura y grosor, pero bastante larga, bien conservada y hecha de sillares bien trabajados. Como la ladera norte es bastante empinada, no fue necesario construir una muralla demasiado alta, no debió de superar los dos metros, está hecha de un muro sencillo y estrecho, y por lo tanto carecería de un camino de ronda en su parte superior, las siete pequeñas ventanas que todavía se pueden apreciar a lo largo del muro debían de bastar para defender una fortaleza natural tan escarpada. Estas siete pequeñas aspilleras se encuentran todas a una distancia similar entre sí, y todas quedan a la izquierda de la puerta de entrada, si nos situamos mirando hacia ésta desde el interior del recinto.

La muralla del recinto inferior, con sus troneras y a la izquierda la puerta en arco de medio punto


La puerta se encuentra muy cerca del ángulo de la muralla, por lo que las ventanas a la derecha de la puerta, si las hubo, debieron ser dos a los sumo; es difícil averiguarlo porque este tramo entre la puerta y el ángulo es el que peor se ha conservado. En la cara este de la muralla, a pesar de sus pequeñas dimensiones también encontramos las jambas de una puerta y otras tres pequeñas ventanas o troneras.

El recinto inferior en su parte más ancha. A la izquierda la puerta norte y en el centro la puerta este. Detrás de ella, al fondo la torre islámica maciza. A la derecha la muralla y torres del recinto intermedio y finalmente la torre de la celoquia


Este recinto inferior sólo tiene muralla en dos de sus lados por una sencilla razón: el recinto está cerrado al sur por un impresionante precipicio fruto de la erosión natural. Conforme avanzamos hacia el extremo occidental de la fortaleza el cortado se va acercando al muro y el espacio del recinto se va haciendo más estrecho, hasta acabar en un impresionante espolón rocoso en forma de proa de barco con precipicio a ambos lados. 

La puerta, cerca del recodo de la muralla y detrás los restos de una de las torres del recinto intermedio


Lo mismo que un barco de guerra ha de tener un castillo de proa para su mejor defensa, la “proa” del castillo de Sora se asoma al mar de cereal de las Bajas Cinco Villas rematado por un inaccesible montículo de piedra sobre el que todavía se aprecian los restos de una construcción de ladrillo, seguramente alguna torre. 

Imagen de la muralla tomada desde la puerta. Al fondo, el espolón sobre el que se alzó alguna atalaya

Sobre la "torre" natural del primer plano se debió de erguir otra torre hecha por la mano del hombre, a juzgar por las pocas hiladas de ladrillo que todavía se pueden ver desde la muralla

En cuanto a la puerta de entrada a este recinto inferior, podemos decir que es su elemento más llamativo, por su buen estado de conservación, sus dimensiones (bastante más alta y gruesa que la muralla) y por su privilegiada situación. Conforme ascendemos hacia lo alto del castillo podemos ver el cielo azul recortado en el interior de la luz de la puerta, ya que detrás de ella no hay ninguna vegetación, ni roca natural o artificial que se interponga entre nuestra vista y el cielo. El arco de la puerta que mira al norte es un arco de medio punto formado por grandes dovelas, probablemente del siglo XVI, mientras que la puerta del lienzo oriental ha perdido el arco. La puerta norte da al terraplén algunos metros por encima del camino de subida, por lo que es bastante difícil hoy en día ingresar en la fortaleza a través de ella. Es posible que esto se deba a los cambios en el terreno y que este se haya vuelto más inaccesible en esta parte con el paso de los años; pero M. Menjón aventura que es posible que la verdadera puerta que ejerciera como tal fuera la del este y que esta bella portada norte se construyera a principios de la Edad Moderna con una función sobre todo ornamental (p.102). No olvidemos que esta puerta se puede ver a gran distancia y sobre todo durante todo el recorrido de ascenso hacia el castillo, mientras que la puerta este se encuentra mucho más “escondida”. 

La puerta oriental del recinto bajo (defendida también por troneras) debía de ser por la que se realizaba el acceso, mientras que la que mira al norte debía de ser ornamental, a juzgar por su situación


Casi pegado al recinto inferior se encuentra el recinto intermedio, al sureste. Antes de continuar hemos de puntualizar que en este blog llamamos recinto intermedio a lo que Marisancho Menjón denomina recinto superior. Esto es debido a que nosotros hemos llamado tercer recinto a la pequeña plataforma sobre la que se asienta la torre del homenaje o de la celoquia, mientras que Menjón no la ha considerado digna de tal denominación, probablemente debido a su modesta extensión o a la ausencia de muros artificiales de cierre.

Captura de imagen de Google Maps, en la que se distinguen claramente el recinto inferior a la izquierda y las distintas construcciones del superior e intermedio a la derecha


Sea como fuere, este espacio fortificado que hemos venido a denominar recinto intermedio estaba guardado por al menos dos torres de época medieval cristiana o moderna al oeste y una islámica al este (de la que hablamos en “Sora I”). La más occidental solamente conserva uno de sus muros, con una gran ventana abierta seguramente en época moderna, que le privaría de parte de su valor militar, pero que haría de la estancia del primer piso un lugar mucho más luminoso. La cara exterior de este único muro de la torre ha perdido sus sillares exteriores debido al desgaste del terreno sobre el que se asienta, por lo que presenta un aspecto bastante irregular, paradójicamente es la cara interior la que conserva mejor su aspecto original. Si la vista in situ de los restos no nos deja totalmente claro ante qué tipo de edificio nos encontramos, una vista aérea o a través del SigPac o de Google Maps disipa todas nuestras dudas, ya que se aprecia claramente desde el aire un cuadrado perfecto en este lugar.

Torre oeste y otras defensas del recinto intermedio. Al fondo, la cresta rocosa donde se situó la torre más occidental de toda la fortaleza. Fotografía tomada desde la plataforma superior, en la zona de la capilla o iglesia


Siguiendo hacia el este encontramos otra estructura que destaca entre los restos de muralla (bastante peor conservados que los de la muralla del recinto inferior); se trata de una pequeña estancia abovedada de ladrillo, abierta hacia el interior de la fortaleza y que con toda probabilidad corresponde a un pequeño cubo de la muralla como bien apunta Menjón (páginas 43 y 44). A la altura de este cubo, pero en el exterior del recinto se aprecia un contrafuerte de piedras reforzado y reconstruido con una curiosa amalgama de ladrillo y otros materiales que también podemos ver en otras partes de la fortaleza. A partir de este punto el muro de cerramiento se va degradando hasta casi desaparecer en la zona entre el actual (y seguramente también antiguo) acceso y la torre datable en el siglo X, pero parece evidente que la muralla debía de llegar cuanto menos hasta ésta. 

Posibles restos de un torreón con estancia abovedada hacia el interior de la fortaleza


La última estructura de la que vamos a hablar es también una de las más interesantes. Toda fortaleza de grandes dimensiones y que estuviera habitada permanentemente debía tener asegurado un suministro o reservas importantes de agua, mediante un pozo y/o un aljibe. El aljibe de Sora se encuentra en el interior de este recinto intermedio, pegado por uno de sus lados a la plataforma donde se encuentra el torreón y la iglesia, justo debajo de ésta.

Cámara rectangular con sendas entradas en los lados cortos y desde donde se accede al aljibe


Es un aljibe de piedra subterráneo y con bóveda, dotado de una especie de antecámara rectangular en la superficie, que debió de estar techada y que cuenta con dos aberturas en sus lados estrechos. Esta cámara tiene una altura muy escasa y al interior conserva restos de enlucido y pintura roja hasta la mitad de su altura aproximadamente y blanca-amarillenta en el resto. El interior del aljibe propiamente dicho es hoy por hoy casi inaccesible y se encuentra lleno de basura y bidones abandonados, a juzgar por lo poco que podemos ver a través de la pequeña entrada que se encuentra justo en medio del suelo de la antecámara. 

Interior de la estancia de acceso al aljibe, con restos de enlucido y pintura rojiza


Menjón considera “del todo probable” (p. 36) que este aljibe y quizá también la cámara que lo guarda sean de época islámica. Sin acceder al interior no podemos asegurar al cien por cien que la fábrica actual del aljibe sea islámica, pero desde luego tuvo que haber uno en éste lugar durante el dominio musulmán. 

Boca de entrada al aljibe. Esperemos que algún día se pueda acceder a él para limpiarlo y estudiarlo


El castillo de Sora es uno de los grandes olvidados del patrimonio aragonés; el libro que ha servido de referencia principal para las tres entradas de este blog (1) es un buen paso para rescatarlo de ese olvido, y con ello quizá también de la ruina total. También se ha interesado por esta fortaleza la Asociación de Amigos de los Castillos de Aragón que ha elaborado una ficha catalográfica para su completísimo Inventario de Fortificaciones Aragonesas (2). La rigurosa y prestigiosa web www.romanicoaragones.com, muy recomendable por cierto para acercarse al patrimonio cincovillés, hace tiempo que dedicó una pequeña entrada a esta fortaleza, con media docena de fotografías a distancia de teleobjetivo y breve texto histórico, expresando el autor su intención de hacer una entrada más extensa en un futuro. Esperamos que cumpla algún día su deseo y nos regale a los lectores uno de sus interesantes artículos (3). 

Plataforma superior con la torre del homenaje y a su misma la ermita o capilla del castillo, justo debajo de esta, pero en el recinto intermedio, estancia de acceso al aljibe


La Administración autonómica, como no podía ser de otra forma ha reconocido Sora como Bien de Interés Cultural (4), pero la mera protección pasiva no sirve de mucho sin una dotación económica aunque fuera con cuentagotas y año a año para llevar a cabo las actuaciones más urgentes. El castillo pertenece todavía hoy a los Duques de Villahermosa, sin la colaboración o al menos la autorización de sus dueños legales cualquier actuación de restauración o de excavación arqueología se convierte en una tarea prácticamente imposible.

Bibliografía:

(1) MENJÓN, MARISANCHO, El castillo de Sora. Fortaleza principal de las Cinco Villas. Zaragoza, IFC-DPZ, 2011.
(2) CLÚA MÉNDEZ, J.M. et al. (2016), Sora, Inventario de fortificaciones aragonesas, nº C.V. 1, Zaragoza, Asociación para la Recuperación de los Castillos de Aragón.
(3) GARCÍA OMEDES, A. Castejón de Valdejasa. Castillo de Sora. www.romanicoaragones.com (última consulta 21/05/2017).
(4) Boletín Oficial de Aragón, 22 de mayo de 2006ORDEN de 17 de abril de 2006, del Departamento de Educación, Cultura y Deporte, por la que se aprueba la relación de Castillos y su localización, considerados Bienes de Interés Cultural en virtud de lo dispuesto en la disposición adicional segunda de la Ley 3/1999, de 10 de marzo, del Patrimonio Cultural Aragonés.

Fotografías: del autor.

martes, 7 de febrero de 2017

San Marzal de Longás

En esta segunda actualización del año hacemos un inciso entre las entradas sobre el castillo de Sora y nos vamos al otro extremo de la comarca, a las sierras más altas de del Prepirineo zaragozano para ver los vestigios de otra estructura defensiva. 



El castillo o torre de San Marzal, como la conocen los habitantes de Longás son los restos de lo que probablemente fue una atalaya defensiva en el siglo XI. Está situada en plena sierra de Lucientes, en una montaña no muy alta pero bastante escarpada, dominando la planicie cultivable de la sierra y, lo que es más importante, el principal paso entre la Val d´Onsella y los valles de los Arbas al sur, a través de las sierras de Santo Domingo y Lucientes. 



En medio de ésta última sierra, se encontraba, al menos desde el siglo X (1), un poblado del mismo nombre, por lo que la principal misión de San Marzal debía ser la de proteger este poblado cercano, que además entraba dentro de su campo de visión. La montaña donde se sitúan los restos de la torre es una especie de collado con dos picos; en el del extremo norte hay un rallazo o afloramiento natural rocoso y en el sur están los restos de la torre, también sobre un afloramiento natural, más pequeño y camuflado. 



Aunque en algún momento del siglo X, la frontera sur navarro-aragonesa contra los musulmanes debió de andar bastante cerca de Ejea y Luna, dominando los cristianos importantes plazas como Uncastillo, Luesia y Biel; a finales del mismo siglo X y hasta la primera década del XI, algunas de estas fortalezas pasaron a manos musulmanas, y la frontera cristiana sufrió un retroceso, debido sobre todo a las campañas de saqueo de Almanzor y su hijo. Probablemente a principios del siglo XI San Marzal se encontrase prácticamente en primera línea, y junto con Sibirana debía ser la principal defensa que protegía el acceso desde el sur (por donde atacarían los musulmanes) a esta parte oriental de la Val d´Onsella. Durante la Edad Media, en las Cinco Villas, dos situaciones político-militares principales motivaron que se levantasen fortalezas y torres de vigilancia, una, la llamada reconquista o guerras contra los musulmanes, y la otra la protección de la frontera frente al reino de Pamplona, luego llamado Navarra. Es poco probable que San Marzal se levantara en el marco de la segunda situación, ya que queda relativamente lejos de la frontera y con otras fortalezas mucho más importantes en medio (Como Sos o Navardún); además un ataque navarro hacia el interior del valle vendría por el oeste y no por el sur, y el camino natural hacia otras poblaciones de mayor importancia como Jaca se situaría más al norte, en la zona del puerto de Cuatro Caminos y la Canal de Berdún. 



En cuanto a la fábrica, está hecha de buena piedra sillar en las esquinas y sillarejo en el resto del muro, cuya anchura es bastante potente para las dimensiones de la torre (lo que nos podría llegar a dar una idea de su altura); conserva bastante bien restos de argamasa entre los sillares y piedras de los muros.



La forma de la base de la torre es cuadrangular; la puerta está orientada al sur, como es habitual en las torres del Pirineo y el Prepirineo, para proteger el interior de las gélidas corrientes de aire del norte, y de ésta todavía se conserva in situ una gran piedra en forma de “L” que impediría que la puerta se abriera hacia afuera, dificultaría que se hiciera palanca para abrirla y ayudaría a aislarla del viento.



Una excavación arqueológica dentro y en los alrededores de la torre podría proporcionarnos más información sobre la época, tamaño y usos de la misma. Los restos, al ser de poca entidad la parte conservada y visible, no son demasiado espectaculares, pero sí que lo son las vistas del entorno que hay desde la torre, por lo que visitarlos es una buena excusa para conocer la Sierra de Santo Domingo y Lucientes, primer Paisaje Natural Protegido de la comarca. 



Estas sierras de Lucientes y Santo Domingo dependieron del monasterio de San Esteban de Orastre, que debió de estar situado donde hoy está la ermita y el pico de Santo Domingo (1524 msnm); éste fue donado en 1059 por Ramiro I a San Juan de la Peña (2), y así permaneció casi 800 años, hasta las desamortizaciones del siglo XIX. La arqueología ha demostrado la habitación desde muy antiguo de este espacio: entre 2013 y 2014 se encontraron, casi de forma fortuita (se buscaba a dos mujeres asesinadas por falangistas al principio de la Guerra Civil) los restos de dos individuos datados uno en época visigoda y otro alrededor del siglo XI (3).



Sin salir del término de Longás, encontramos varios lugares que debieron de ser aldeas en los albores del reino de Aragón, para luego convertirse en pardinas y finalmente despoblarse definitivamente: Sangorrín, Salafuentes, Ibardués, Lucientes, San Esteban de Orastre. Ya en la provincia de Huesca pero muy cerca de Longás y Santo Domingo encontramos Nofuentes, Javarraz, Chaz, Pequera, Montañano, Ferrera… Muchos de estos lugares estuvieron habitados hasta mediados del siglo XX, y algunos incluso están todavía hoy en pie. La mayoría de ellos aparecen nombrados en la documentación del San Juan de la Peña entre los siglos IX y XII, por lo que estas casi olvidadas sierras son un interesante campo abonado para la arqueología, especialmente en lo concerniente a la Edad Media; ahora sólo hay que recoger sus frutos.



Para concluir, comentar que la coincidencia entre el nombre del poblado de Lucientes y el segundo apellido del pintor Francisco de Goya y Lucientes no debe de ser fruto de la casualidad. Su familia materna tenía ascendencia cincovillesa, de Malpica de Arba y Uncastillo para ser exactos, por lo que debían ser descendientes de antiguos pobladores de Lucientes, que adoptaron el nombre del lugar a modo de apellido, como era habitual durante la Edad Media y Moderna (4)

Bibliografía y referencias:

1: Cartulario de San Juan de la Peña (edición de Antonio Ubieto Arteta) Valencia, Textos medievales, 1962, pp. 87-89.

2: El monasterio de San Esteban de Orastre y su emplazamiento, Ubieto Arteta, A. Valencia, 1962 (https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2111759.pdf)

3: Ruiz et al. Rompiendo el silencio: intervenciones arqueológicas sobre fosas comunes en Aragón (Actas del I Congreso de Arqueología y Patrimonio Aragonés. Zaragoza, 2015), pp. 731-735. (https://capa2015.wordpress.com/actas-i-capa-2015/


Ficha de San Marzal en el Inventario de fortificaciones de ARCA: www.castillosenaragon.es

Fotografías del autor.

domingo, 15 de enero de 2017

Sora II: La torre del Homenaje

Las dos torres de época islámica vistas desde la primera ventana de la torre del homenaje


En la anterior actualización hablamos de las dos construcciones más antiguas del castillo de Sora, sus dos torres vigía de época islámica. En las siguientes entradas vamos a hablar del resto de edificaciones de la fortaleza. 

Imponente vista de la cara este de la torre del homenaje, con la entrada a la cámara excavada en la roca y las dos ventanas renacentistas.


La más destacada de ellas es la torre del homenaje por diversas razones. En primer lugar, es el edificio de mayores dimensiones y situado en el punto más alto del cerro natural, lo que lo convierte también en el edificio visible a mayor distancia; como decíamos en la actualización de diciembre, esta torre del homenaje se puede distinguir en lo alto de un monte de cima llana desde las dos vías principales de las Bajas Cinco Villas. Si circulamos por la A-127 en dirección Tauste – Ejea de los Caballeros, tendremos que mirar a nuestra derecha, hacia el este para verlo. Si circulamos por la A-125, también dirección Ejea, pero viniendo desde Erla, tendremos que mirar hacia el sur, en este caso hacia nuestra izquierda, para reconocer su inconfundible silueta. Incluso si no supiéramos de la existencia de un castillo en este lugar, sus formas cuadrangulares delatan su origen antrópico. Desde lo alto del propio castillo, las vistas son inmejorables, tiene un dominio visual prácticamente total de toda la llanada cincovillesa; de norte a sur desde la ribera del Ebro hasta las estribaciones del Prepirineo, y desde la frontera con Navarra hasta el propio castillo por el oeste. Cuando el castillo estaba habitado, a buen seguro se podría ver, en los meses de verano, columnas de polvo cada vez que un grupo de personas a pie o a caballo transitaran de un lugar a otro. 

Vista de la cara norte de la torre desde el punto más alejado de la plataforma donde se asienta (posiblemente donde estuvo la iglesia). Se aprecian los principales elementos de época renacentista: restos de la cornisa, una aspillera cegada, y a la izquierda, el "corte" entre la fachada norte y la este.


En cuanto al edificio propiamente dicho, podemos decir que posee dos fases arquitectónicas principales. La principal y más antigua es claramente medieval, probablemente románica y hecha de buena piedra sillar. Sin embargo, la cara que más nos llama la atención es la cara este, que es de factura posterior, al menos la parte superior, de la segunda mitad del siglo XVI, hecha en estilo clasicista renacentista. Si nos situamos frente a la fachada sur o norte y miramos hacia la esquina de cualquiera de estas dos caras con la cara este, veremos claramente que los sillares son totalmente distintos; las piedras del lado oriental están mucho menos desgastadas que las de los otros tres lados, son más recientes y dan a la fachada un aspecto más uniforme y liso.

La estancia del sótano o bodega, excavada en la roca natural, vista desde el piso bajo, del que está separada por una bóveda.


La torre se sitúa sobre una plataforma rocosa natural que emerge a su vez de otra plataforma natural mucho más grande donde se sitúa el recinto del castillo. La planta baja del torreón es simplemente una enorme estancia excavada en la roca, a la que se accede por una abertura en el lado oriental, también abierta a pico sobre el corte natural del afloramiento rocoso. Esta estancia inferior estaría en origen cubierta por una bóveda de piedra, aunque hoy en día solo conserva aproximadamente la mitad de la misma.

La bóveda de cañón, casi destruida, que cubre el sótano y que lo separa del primer piso. 


Al haberse desprendido la bóveda, y sabiendo que hay una entrada a la torre en el lado sur, accesible sólo desde el recinto superior, no podemos saber con seguridad si esta planta inferior excavada en la roca se comunicaría con el primer piso mediante escaleras, o por el contrario era imposible ir de un piso a otro sin salir al exterior, como ocurre en otras fortalezas con entrada en altura y bodega en el piso inferior. Sea como fuere, si observamos esta fachada oriental veremos tres aberturas en cada piso, las tres en el centro de la fachada. La primera de las aberturas es el acceso a la planta inferior, ambos, estancia y entrada, tallados en la roca.

Las dos ventanas de la cara oriental, con su interesante decoración clasicista, hoy casi desaparecida en la ventana inferior.


Las otras dos aberturas, aunque tienen las dimensiones de una puerta (su luz llega hasta el suelo, en lugar de quedar a la altura de la cadera) son dos grandes ventanas correspondientes al muro renacentista del que hablábamos antes. Este muro oriental parece ser de época medieval, desde el suelo hasta dos hiladas por encima de la primera ventana, pues las dimensiones y el desgaste de sus sillares es bastante similar a las otras tres caras de la torre. La única parte realmente renacentista en este primer tramo serían las piedras utilizadas para la decoración de la ventana. La decoración clasicista que flanquea las ventanas consiste en unos relieves tallados en los propios sillares que simulan falsas columnillas con sus basas, capiteles, cornisas, alféizares… La decoración de la ventana del piso superior se ha conservado razonablemente bien. Por desgracia, la del piso inferior se ha perdido casi en su totalidad, y a duras penas se conservan los capiteles de las dos columnas y la basa de la izquierda. Sin embargo, es evidente que las piedras no se han podido volatilizar, quizá unos trabajos arqueológicos de limpieza alrededor de la torre podrían dar con algunas de ellas; es posible que alguna también se conserve fuera de sitio en manos de algún particular.

Las pared este vista desde el interior de la torre, se observa la poderosa anchura de los muros y abundantes restos del recubrimiento interior blanco.


Esta decoración renacentista de la ventana inferior se realizó añadiendo nuevas piedras con relieves; y no tallando la piedra medieval existente, puesto que el relieve sobresale de la fachada, lo mismo que en la ventana superior. No sabemos qué elementos cerraban estas grandes ventanas, si tenían alguna estructura de madera u otro material para impedir caídas y evitar la entrada del frío y corrientes de aire, no se aprecian en la ventana inferior (la superior es hoy totalmente inaccesible) marcas en la piedra que delaten la existencia pasada de algún elemento de este tipo; quizá se encontrasen en una especie de banco corrido que tenían las ventanas, hoy casi del todo desaparecido. En cualquier caso, esta fina decoración renacentista llama poderosamente la atención, no es habitual encontrarla en castillos de origen medieval fuera de poblado, no estamos acostumbrados a ver los más mínimos refinamientos en las sobrias edificaciones militares de las Cinco Villas, y las raras veces que los hay suelen ser de estilo románico o gótico y dentro de las villas y aldeas. La explicación se encuentra en que esta fortaleza estuvo habitada hasta, por lo menos, bien entrado el siglo XVIII, y de hecho fue una de las principales posesiones en Aragón de una importante familia nobiliaria, los Villahermosa (a los que todavía pertenece), que absorbieron la titularidad del condado de Luna. En el siglo XVI la función militar de la torre del homenaje de Sora había pasado claramente a un segundo plano, en primer lugar, las dos nuevas ventanas son demasiado grandes para ser fácilmente defendibles ante un ataque de proyectiles hacia el interior del edificio, y por ellas podría caber perfectamente una persona erguida si lograra alcanzarlas con una escala. Los castillos medievales solían estar rematados por almenas (muchas veces cubiertas a su vez por un tejado de madera o una galería de arquillos para tener una posición superior del enemigo y poder disparar sobre él desde muchos puntos. Durante la Edad Moderna la idea es bastante similar, sólo que poco a poco las armas de fuego van desplazando a los arcos y flechas primero y más tarde también a las ballestas. En el siglo XVI, con la nueva reforma, la azotea o falsa del piso superior pierde sus almenas y/o su parte accesible y defendible. Prueba de ello son los restos de la cornisa que remata la fortaleza, idéntica a la que decoraba las ventanas. Sobre ella debía de sobresalir algún alero de madera, quizá ricamente trabajado como los que encontramos en los palacetes renacentistas de ciudades como Zaragoza; y a su vez, sobre éstos, debía de haber algún tejado. Por si nos queda alguna duda, el interior de la fortaleza está cerrado en su parte superior por una gran bóveda sin ningún tipo de abertura para acceder a la azotea.

La imponente bóveda superior, seguramente también del siglo XVI, con algunas grietas que amenazan con arruinarla. A la izquierda la ventana superior de la pared oriental, hoy inaccesible.


En la construcción original sí que debía de haber algún tipo de acceso a la parte superior, puesto que carece de toda lógica construir una fortaleza tan poderosa, y en un punto tan privilegiado, como para privarla de un magnífico puesto de observación y defensa en su planta superior; por todo ello podemos deducir que la bóveda de la parte superior pertenece a la reforma renacentista, o al menos su aspecto actual, totalmente cerrada salvo por algunos desprendimientos. Más aún si tenemos en cuenta que el muro oeste está totalmente desprovisto de ventanas para la defensa, y los muros sur y norte solamente tienen dos pequeñas ventanas saeteras hoy cegadas con piedras talladas ex profeso. Por otro lado, carece de sentido abrir dos grandes ventanas o balcones o en un muro para cegar dos pequeñas en otros dos. De nuevo la respuesta la encontramos en el interior de la torre.

A la izquierda, la pared este; a la derecha la pared sur con su ventana cegada y las dos filas de hendiduras para encajar las vigas de madera que separan los dos pisos.


En los muros sur y norte, a media altura entre las dos ventanas del siglo XVI encontramos dos filas muy seguidas de huecos cuadrangulares tallados en la piedra, hechos para sujetar en ellos las vigas de madera que habrían de separar ambos pisos. Los de la fila superior son grandes y pocos (cuatro), los de la inferior más pequeños pero también más numerosos (al menos diez). En esta reforma renacentista se debió de cambiar la disposición del suelo que separa un piso de otro, de tal manera que el nuevo suelo del piso superior coincidía con las ventanas estrechas y alargadas, por lo que se decidió cegarlas. De ello deducimos que los huecos para vigas grandes son de la construcción medieval mientras que los que están justo por debajo y son más pequeños y numerosos pertenecen al siglo XVI.

A la izquierda el interior de la pared oeste; a la derecha la pared norte, similar a la sur, con hendiduras y ventana cegada. 


En alguna de las esquinas, a la altura de este forjado más reciente podemos encontrar todavía restos del enlucido de yeso que cubriría el techo del piso inferior, mismo enlucido que cubre aún hoy gran parte de las paredes interiores de la torre, algo muy raro de encontrar en fortalezas medievales abandonadas en medio del monte; otra prueba inequívoca de su habitación y mantenimiento hasta épocas relativamente cercanas.

Puerta orientada al sur, mirando hacia la llanura de Castejón de Valdejasa. También conserva restos del encalado blanco y los huecos para asegurar la hoja de la puerta.


Por último, en la cara sur, pero pegado al vértice con la cara oeste encontramos la puerta de entrada a la torre. Es más angosta y de menor altura que las ventanas de la fachada este, y al igual que en estas podemos comprobar la gran anchura de los muros de la fortaleza. Casi ya en la salida del estrecho pasillo que forma la puerta encontramos dos huecos cuadrangulares hechos para trancar la puerta asegurándola con un travesaño corredizo de madera. El hueco de la izquierda (si miramos desde dentro de la puerta hacia el exterior) es más profundo que el de la derecha, de tal manera que el travesaño quedaría casi entero en el interior del mismo cuando la puerta estuviera abierta o sin asegurar. En el momento que hubiese que trancarla se sacaría de este hueco de derecha a izquierda hasta que quedara encajado también en el hueco de la derecha. Aunque la salida desde esta puerta da a un suelo natural, podemos considerar que es una torre en altura ya que se encuentra en una plataforma natural relativamente pequeña que sobresale por encima de la plataforma principal donde se encuentran los recintos inferiores.

Oquedad practicada en el lado izquierdo de la jamba para albergar el travesaño de seguridad.


En este recinto superior, compartiendo espacio con la torre se encuentran otros restos que seguramente corresponden a la iglesia del castillo. El acceso a esta plataforma se debía hacer por donde se encontraría la iglesia, de tal manera que la puerta de acceso a la torre está en el extremo opuesto a la entrada al recinto o plataforma superior. El asaltante que quisiera tomar la torre del homenaje debería subir por la rampa que da al norte, y rodear tres de los cuatro lados de la torre bajo el fuego enemigo (quizá también hostigado desde la iglesia) hasta llegar a la cara sur donde se encuentra la puerta. Por si esto fuera poco, una vez en el lado sur, el espacio de la plataforma entre el borde de ésta y la puerta es más bien escaso, de tal manera que el atacante no podría situar en este lugar un ariete de grandes dimensiones, ni muchos hombres para manejarlo.

Pared construida en el cortado de la plataforma superior para evitar la erosión y los desprendimientos. Al fondo restos de dos posibles torres menores.


Sin embargo, una fortaleza situada sobre un suelo tan erosionable no sólo ha de ser defendida de posibles sitiadores, sino también del lento pero imparable ataque de los elementos. En diversas partes del cortado natural de se pueden observar distintos muros y aparejos con el objetivo de impedir o ralentizar la erosión del terreno y también sujetarlo. El mejor y más espectacular de ellos es un muro orientado hacia el suroeste, en diagonal con respecto a la torre del homenaje para sujetar el terreno donde ésta se asienta. Está hecho en buena piedra sillar y cae hacia el precipicio de tal manera que en este punto coinciden la caída de la plataforma inferior con la de la superior. Ésta última tiene desprendimientos recientes (ya aparecen en la página 47 del libro de M. Menjón, que es del año 2011), por lo que la torre no sólo amenaza ruina por sí misma, sino también por el terreno en el que se asienta. Una solución provisional y de urgencia, pero eficaz y poco costosa sería apuntalar con puntales de obra verticales las partes de la plataforma que han quedado “colgando” en esta parte sur, evitando que vaya a más, pero para ello en principio haría falta autorización del propietario. 

Desprendimientos recientes de la plataforma rocosa donde se asienta la torre del homenaje.


Para complementar la información de esta actualización con la de una profesional consolidada de la historia, es muy recomendable acudir de nuevo al libro sobre el castillo de Sora de Marisancho Menjón. Entre las páginas 46 y 54, encontramos una detalladísima descripción de la torre del homenaje, así como muy buenas fotos del interior y exterior de la misma y de su entorno más inmediato. 

Además de la información meramente descriptiva, también nos aporta datos históricos contrastados documentalmente en los siguientes capítulos. Por ejemplo, para conocer al detalle la historia en torno a la reforma renacentista de finales del siglo XVI podemos acudir al capítulo 15 que lleva por título: Los Villahermosa, la figura de Martín de Gurrea y las obras en la torre del homenaje (pp. 95-102). 

Ya apuntábamos en la actualización anterior a la casi segura existencia de alguna construcción islámica en el lugar donde hoy está la torre del homenaje, aunque no nos conste que hayan llegado restos de la misma. Así nos lo confirma Menjón en el capítulo 14: (…) la carta que Pardo de Lacasta envió al rey a la llegada de la abadesa (se refiere a Violante de Luna, en calidad de prisionera) al castillo de Sora y es que en ella afirma que la recluyó en “la torre de la Celoquia”: ese nombre, celoquia, es de origen árabe y designa la parte más alta o central en las fortificaciones islámicas, aunque la denominación se mantuvo en los siglos posteriores (Menjón, M., p. 94).

Bibliografía: MENJÓN, MARISANCHO, El castillo de Sora. Fortaleza principal de las Cinco Villas. Zaragoza, IFC-DPZ, 2011.

Fotografías: del autor.

jueves, 29 de diciembre de 2016

El Castillo de Sora. Parte I: Torreones Islámicos

El castillo de Sora desde su cara norte.

Probablemente es una de las fortalezas de origen medieval más desconocidas de Aragón, a pesar de sus imponentes dimensiones, su impresionante ubicación estratégica y su rica historia. Todavía hoy, el viajero que se dirija desde Zaragoza a Ejea de los Caballeros por cualquiera de las dos carreteras principales (la que pasa por Tauste y la que pasa por Erla), podrá contemplar, en la lejanía, una estructura en forma de cubo sobre la superficie plana de una montaña: la torre del homenaje del castillo de Sora. Si lo hace por la carretera que pasa por Castejón de Valdejasa, la más tortuosa y menos transitada, se encontrará casi de frente con la fortaleza después de pasar por la curva que bordea una de las estribaciones de los montes de Castejón. 

Los dos torreones de época islámica desde el interior del recinto principal.

En esta actualización vamos a hablar sólo de una parte de las construcciones del castillo y de una parte de la historia del mismo. Si observamos los materiales con los que están edificadas las distintas construcciones que aún quedan en pie, podremos distinguir claramente dos tipos de edificaciones. La mayoría de ellas están hechas de buena piedra sillar y sillarejo, fundamentalmente de época medieval cristiana, aunque con refuerzos posteriores en ladrillo, piedra y otros materiales de menor calidad. El torreón principal y la muralla de la fortaleza son los ejemplos mejor conservados de ello. Sin embargo, entre las edificaciones de la fortaleza destacan dos torres mucho más pequeñas, delgadas y esbeltas. Están hechas de tapial, con la misma técnica y materiales que la mayoría de las fortalezas islámicas del valle medio del Ebro, lo que hace suponer que la fortaleza, al menos estos dos elementos y otros que pueden haber desaparecido, pertenecen a la misma época. Para confirmarlo acudimos al único trabajo relevante que se ha publicado hasta el momento sobre el castillo de Sora. 

El castillo de Sora. Fortaleza principal de las Cinco Villas de la historiadora del arte Marisancho Menjón es un magnífico trabajo monográfico sobre esta construcción, editado por la Asociación Castrum Valdejasa y la Institución Fernando el Católico de la DPZ. Tiene alrededor de 140 páginas, abundantes referencias bibliográficas y unas excelentes fotografías de Sora y de otras fortalezas con las que guarda relación. Acudimos al capítulo cuarto Descripción, concretamente a la página 43 para conocer las características del primero de los torreones, luego comentaremos algunos datos y añadiremos otros de cosecha propia: “En el extremo oriental se conserva, separado de la muralla por un espacio vacío donde tal vez se ubicó un acceso a esta parte, un torreón de planta cuadrada, construido en mampostería y encofrado de yeso, macizado casi por completo, que presenta una abertura en alto en su cara sur y un saliente que parece indicar la continuidad de un muro o algún tipo de cerramiento, en su cara este. La abertura de la cara sur pudo formar parte de un camino de ronda que recorrería el paño de muralla que sin duda hubo en esta zona, un muro que existió hasta fechas recientes, pues Francisco Abbad lo nombra en una publicación de 1957.” Las marcas horizontales de los tablones de encofrado todavía se pueden ver perfectamente en las dos caras accesibles (sur y oeste), especialmente en los tramos inferiores. Estas marcas son una especie de rebabas paralelas y horizontales a similar distancia unas de otras, y el espacio entre ellas, donde estuvieron los tablones, tiene una forma ligeramente cóncava. Esta torre debía de hacer las veces de esquina o recodo de dos muros de cierre del complejo, uno de estos muros llevaría una dirección este-oeste que partiría más o menos de la parte central de la cara oeste, donde todavía podemos observar un pequeño saliente de mampostería y piedra, de los mismos materiales que el resto de la torre. No sabemos si el saliente del que habla Menjón es ése mismo y hace referencia a él por error en la cara este en lugar de oeste, o si por el contrario se refiere a otro muro que saldría del extremo derecho de la cara sur, en la esquina sur-este dirección norte-sur. En esta esquina se adivina un muro desaparecido que ocuparía al menos dos tercios de la altura de la torre, si no su totalidad, pero más que por un saliente, podemos saber de su existencia por su acabado irregular formado por una serie de oquedades resultado del desprendimiento de las piedras y materiales que unirían la torre con la muralla, si comparamos esta esquina con la esquina sureste, que está mucho más lisa y mejor conservada, es evidente que de la primera partía un muro, al borde del precipicio y de la segunda no. 

Magnífico trabajo sobre el castillo de Sora, y hasta la fecha el único publicado.

En cuanto a la abertura de la cara sur, podemos decir que se ven dos y no una. Es difícil intuir el tamaño exacto y la forma de la que se encuentra en la parte superior, ya que ha sufrido mucho más el castigo de los elementos, por su ubicación que la de la parte inferior, pero en cualquier caso parece que era más grande y se encontraba más desplazada hacia la derecha, mientras que la de la parte inferior es una especie de “hornacina” mucho más perfecta y cuadrangular que además todavía conserva algunos de los troncos de madera que sujetan su techo a modo de vigas. Marisancho Menjón pone en relación al menos una de estas dos aberturas con el camino de ronda que habría sobre el tramo de muralla que arrancaría de este lugar, pero sin una reconstrucción gráfica es difícil imaginarse cómo sería exactamente esta estructura y sobre todo qué papel jugarían las aberturas. 

Interior del hueco inferior situado en la cara sur del primer torreón. Aún conserva algunas vigas hechas de troncos de madera y la impronta de los que ha perdido.

Potro lado, ¿qué sentido tiene una edificación que es totalmente maciza al interior? Hay que precisar que muchas de las torres defensivas medievales, ya fueran atalayas aisladas o formaran parte de un conjunto, especialmente si eran de pequeño tamaño como ésta, carecían de espacio en su interior como para albergar otra cosa aparte de las escaleras. Su parte útil era solamente la terraza de la parte superior, normalmente almenada desde la que se podía vigilar mejor el entorno y defenderse de un posible ataque. En el caso de esta torre, su función sería la de defender y reforzar un ángulo muerto y vulnerable como es el de la esquina de la muralla y seguramente también algún acceso a la fortaleza, ya que, todavía hoy, el acceso más fácil a la meseta donde se asienta el castillo se encuentra en este lugar, por ser la zona menos empinada. El acceso a la terraza se debía hacer a través de alguna escala o escalera de madera situada con toda seguridad en la cara sur, la más protegida de las dos que se encuentran al interior del complejo, a salvo de ataques de proyectiles del exterior y también de posibles miradas indiscretas. También es posible que se hiciera a través del paso de ronda elevado que habría en la muralla. 

La torre maciza situada en una de las esquinas del recinto, quizá protegió alguna puerta en el pasado.

“Un poco más allá, coronando un farallón próximo del que nos separa un barranco, se alzan los restos de un torreón aislado, de mampostería de yeso y planta aproximadamente elíptica, adaptada al perfil del montículo, cuya cima ocupa por completo. Está macizado en su parte baja y hoy es inaccesible. Salvo en la planta, es de características similares al anterior”. Esta es la breve pero acertada descripción del segundo torreón que nos encontramos en la página 46 del citado libro junto a algunas fotografías. A diferencia del anterior, parece que no era enteramente macizo, ya que desde la distancia todavía se observan paredes. Hoy en día su acceso es impracticable, debido a la erosión natural del terreno, pero lógicamente, el cerro debía de tener un mayor tamaño en el momento en el que se levantó la torre, hace al menos 900 años. Seguramente se comunicaba de manera natural con las estribaciones del monte Guarizo que se encuentran al este, ya que la distancia en línea recta y en caída es menor hacia esos pinares que hacia la meseta donde se encuentra el resto del castillo.

Las dos atalayas de época andalusí parecen mirarse desde la distancia, como llevan haciendo desde hace alrededor de un milenio.

Hasta aquí llegan los únicos restos claramente islámicos conservados y visibles, y por lo tanto los elementos más antiguos conocidos, si bien, no podemos descartar que en este lugar ya hubiera algún tipo de asentamiento fuerte en época romana, ya que la vía romana que conectaba Caesaraugusta con Pompaelo pasaba a los pies de Sora, más o menos siguiendo el trazado de la carretera Castejón – Ejea, y de hecho en las proximidades del castillo se han encontrado hasta tres de sus miliarios (Menjón, pp. 25-28). Los dos torreones conservados tampoco debieron ser las únicas construcciones levantadas aquí en época islámica. Como hemos visto, la torre maciza guardaba una de las esquinas de la muralla, que debió tener seguramente alguna más. Con toda seguridad, en el lugar donde hoy está la torre del homenaje cristiana, debió de haber anteriormente, sino una edificación similar, cuanto menos una atalaya de vigía, pues es el punto más elevado del cerro principal y con mayor dominio visual de las llanuras en varios kilómetros a la redonda. El aljibe que se encuentra a sus pies también podría tener origen islámico aunque el aspecto actual, debido a reformas, corresponda a épocas posteriores.

En primer término la imponente torre del homenaje, ya de época cristiana, pero situada posiblemente en el lugar de una anterior. Se observan caídas del terreno muy recientes que pueden ponerla en peligro. Al fondo, la torre de época musulmana que debió guardar el acceso primitivo al recinto. 

Aunque no conocemos con seguridad ninguna documentación escrita sobre Sora anterior a la conquista cristiana, Marisancho Menjón continúa aportando algunas pistas e hipótesis sobre sus avatares históricos entre los siglos VIII y XII. Es bastante probable que se levantara en el siglo IX, momento de mayor expansión de la familia muladí de los Banu Qasí (descendientes del conde hispano-romano Cassius, convertido al Islam con la llegada de los musulmanes). Esta familia tenía sus dominios principales en el sureste de la actual Navarra, las Cinco Villas y zonas aledañas, con Tudela como capital, por lo que Sora, ocupaba uno de los puntos estratégicos del dispositivo de defensa, tanto contra ataques de los principados cristianos como del Emirato de Córdoba y otros caudillos musulmanes. Frente a los primeros, en principio era una fortaleza de retaguardia, aunque el constante “tira y afloja”, los movimientos de frontera y los cambios de manos de las fortalezas y villas pusieran a veces a este hisn más cerca de la zona de peligro (Menjón, pp. 60-68). No sabemos con seguridad cuando cayó Sora en manos cristianas, pero es lógico pensar que pudiera ser en el año 1105, fecha de la conquista de la cercana Ejea de los Caballeros por parte de Alfonso I de Aragón, ya fuera poco antes de la toma de esta plaza o poco después (pp. 69-70).

Fotografías: las fotografías pertenecen al autor del blog, exceptuando la de la portada del libro extraída de www.cincovillas.com

Bibliografía: MENJÓN, MARISANCHO, El castillo de Sora. Fortaleza principal de las cinco villas. Zaragoza, IFC-DPZ, 2011. 



martes, 15 de noviembre de 2016

Un verano aciago para el patrimonio histórico en Aragón

Durante el verano del año 2016 hemos tenido que lamentar la destrucción, por acción activa del ser humano, o por su desidia, de diverso patrimonio cultural aragonés inmueble. Este blog tiene como objetivo dar a conocer, al menos una parte del patrimonio histórico amenazado de la comarca de las Cinco Villas, pero en esta entrada inaugural hablaremos de varios atentados recientes contra el patrimonio en Aragón, fuera y dentro de la comarca.

La más sonada de estas agresiones irreversibles contra nuestro patrimonio ha sido la sufrida por la fundición Averly, situada desde 1880 en el paseo María Agustín de la capital aragonesa. En julio, la propietaria de los terrenos, la constructora BRIAL comenzaba a derribar las naves de fundición, esto es, la fábrica propiamente dicha, que ocupaba la mayoría de los terrenos; sólo se han salvado las partes "nobles", la entrada principal y el chalet familiar de los patrones, que estaban declarados Bien de Interés Cultural. Las naves de fundición no son tan llamativas estéticamente como los chalets de los patrones o la entrada principal; sin embargo guardaban un testimonio valiosísimo para la arqueología industrial de finales del siglo XIX y gran parte del XX. 



En agosto, una multinacional española arrasaba en el término de La Almunia de Doña Godina la ermita mudéjar de Los Palacios, para construir una carretera, vinculada a su vez a las obras del pantano de Mularroya. Las imágenes hablan por sí solas.



En el mes de febrero, de nuevo APUDEPA denunciaba la destrucción de los restos arqueológicos del solar situado entre la calle Espoz y Mina y la Plaza del Pilar de Zaragoza“(…) se trata de una zona de gran valor urbano, en la que se encontraban casonas palaciegas y el arco de los Cartujos (…). Hace unas semanas presenciamos la destrucción de arcos de ladrillo medievales y hoy mismo hemos podido ver apilados fustes de columna, sillares y otros materiales de evidente importancia arqueológica.” Así rezaba la nota de prensa de APUDEPA del 26 de febrero. Para el mes de julio, el autor de este blog y cualquier viandante que se paseara por el entorno han podido constatar como la destrucción parcial de la que hablaba APUDEPA en febrero, hoy es prácticamente total.

Por último vamos a citar el caso del castillo de Santiá, situado en el término municipal de Erla. Quizá no es un caso tan sonado como Averly o el edificio mudéjar de La Almunia, y además no ha sido destruido de manera activa por el ser humano, sino por su desidia; sin embargo, su estado actual es igualmente lamentable, y además es el que más nos atañe de los cuatro, por ser un bien situado en la comarca de las Cinco Villas. La fortaleza constaba de una única torre del homenaje de varios pisos, adosada a un sencillo recinto amurallado de traza cuadrangular irregular y acceso por una puerta dovelada de arco de medio punto. Su estilo era fundamentalmente gótico, aunque podía tener cierto origen románico ya que es citado por la documentación ya en época de Sancho Ramírez. Los que tenemos vinculación con la comarca hemos llegado a ver la torre del castillo con tres paredes. Se ve perfectamente desde la carretera que une Erla con Ejea de los Caballeros, a pocos metros de la vía, a mano izquierda si se circula en dirección Ejea. Poco a poco han ido cediendo los muros del gran donjon gótico, y hoy en día solo se mantiene en pie, a duras penas, uno de ellos, rodeado por un enorme pedregal, recuerdo del resto de paredes y estructuras de la torre y el recinto.





Referencias para texto y fotos:

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/aragon/propietaria-suelos-averly-inicia-demolicion-naves-no-catalogadas_1127881.html

http://arainfo.org/apudepa-considera-el-derribo-de-la-ermita-de-los-palacios-un-nuevo-atentado-contra-el-patrimonio/

http://apudepa.blogia.com/2016/022801-restos-arqueologicos-en-el-solar-de-la-plaza-del-pilar-esquina-con-la-calle-sant.php

http://listarojapatrimonio.org/ficha/catillo_de_santias/

Fe de erratas (N. del A.): en esta última web, se refiere a la época de Sancho Ramírez como el siglo X. Evidentemente se refieren al siglo XI.